Cosas mías... (8)

Todo por la pasta.

Indignante, una vez más: Gilles-Éric Séralini, biólogo molecular, dice en una entrevista: "...La Onu dijo hace 15 años que con 500 mil millones de dólares se acabaría con el hambre en el mundo y no encontraron el dinero. En tres meses, todos los países industrializados han encontrado el doble de esa cantidad para alimentar a los bancos y las grandes compañías."

Y lo grandes países (de pacotilla, claro) reunidos hace dos días en Italia. ¿Para salvar el mundo? ¡Ja!

Burkas.

Me causa estupor la idea que tienen algunos jóvenes de Irán que forman parte de la policía política de dicho país, que piensan que su pueblo cada vez va mejor y que el único problema son las mujeres que no se cubren adecuadamente. ¡Toma ya! Ya lo decía el otro: lo malo no es que estén éstos, sino que los que pudieran estar son peores. En Afganistán, un marido puede asesinar a su mujer y quedar impune; además, el presidente Karzai ha firmado una ley que legaliza la violación conyugal. ¡Qué dos perlas legislativas!

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Me da ánimo leer a Jacob Ziv, galardonado con el premio de Nuevas Tecnologías de la Fundación BBVA, diciendo, al hablar de los algoritmos, que lo simple no sólo es bello sino que, ¡además funciona!

¡Diantre! Me he equivocado en la interpretación, dice "lo" simple, no "un" simple. Tomo nota.

Soy de los que opinan que no hay nada nuevo bajo el sol, que nadie inventa nada, que utilizamos el verbo inventar como sinónimo de encontrar, pues nadie puede hacer aparecer de la nada, de la no existencia, un simple objeto inanimado.

Viene esto a cuento de que, siempre que escribo alguna frase más o menos coherente e inteligible, sospecho que ya alguien, también, lo ha expresado. Por éso, cuando tengo alguna ocurrencia, de tarde en tarde y poco o nada original seguramente, tiendo a usar, para exponerla, sobre todo al hablar, la siguiente coletilla: "...como decía el otro..." Quizá haga ésto para, inconscientemente, echar la culpa de mi poca imaginación o seguridad a otro, entendido como ente imaginario.

Lo que si afirmo es que, aunque digamos y escribamos las mismas palabras, al pie de la letra, el alma y sentimiento imbuidos en las mismas pueden ser no sólo distintos sino contradictorios, tanto si las decimos, escuchamos, escribimos o leemos.

Algunos ejemplos: Cuando dos personas dicen amarnos, aunque empleen la misma frase palabra por palabra, siempre nos sonará distinto y el sentimiento originado en nosotros será diferente. En un político, a veces, al expresar que la coyuntura actual no va por la senda esperada de mejora ni tan rápida como debiera, realmente lo que está diciendo es que ésto va de mal a peor y deprisa. Otro; al usar la palabra chatear se está diciendo: ¿beber chatos? ¿comunicarse a través de internet por medio de mensajes escritos e instantáneos? o puede significar hacer chato a alguien aunque sea con un puñetazo? Es broma, claro.